Ella estaba buenísima y se llamaba Adriana. El media un metro cincuenta y usaba anteojitos.
- Adriana, yo te podría hacer el amor veinte veces por día
- ¿Vos?, pero si sos enanito.
- Te apuesto dos mil dólares que lo hago pero con una condición yo te hago el amor veinte veces pero tiene que ser con la luz apagada y tengo que salir de la habitación dos minutos cada media hora para tomar aire.
Ella aceptó. Cuando llegan al polvo número quince Adriana estaba demolida y admitió la derrota. Cuando la morocha encendió la luz se encontró en la cama con un tipo de barba, corpulento y medio borracho.
- ¿Quién sos vos, a donde está el chiquitito de anteojos?
- ¿Cuál? ¿el que vende las entradas en la puerta?
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Un maestro hizo esta consulta en clase:
- Si tomo un avión y voy al norte, luego al sur, después al este y termino en el oeste, ¿cuántos años tengo?
- Usted tiene cuarenta años
- Exactamente ¿cómo lo supo?
- Muy facil, mi hermano Juan tiene veinte y es medio boludo
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La pareja cordobesa en la cama, ella exclamaba:
- Ahhhh, ahhhhh
- ¿estas gozando?
- ¡No, si vua a estar ensayando canto lírico!
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La nena a la madre:
- Mamá, mamá en el colegio me dicen puta
- ¿Y vos que haces?
- ¡Les subo el precio!
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En un restaurante un hombre desafió al mozo:
- Le hago una apuesta. Usted vaya a la cocina y ponga su dedo en cualquier plato y vuelva. Yo se lo oleré y tan solo con esto le diré de que comida se trata.
El mozo aceptó, fue y volvió. El muchacho olió y le dijo:
- Albóndigas con papas.
- Acertó.
Fue de nuevo y se repitió la escena:
- Arrollado de verdura
- Perfecto
Al mozo se le ocurrió una idea para vencerlo. Fue a la cocina y le pidió a la empleada que abriera las piernas. Entonces le puso el dedo en la vagina. Volvió al salón dondé el apostante olfateo:
- ¿Cómo?, no me diga que la Claudia trabaja aquí.
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El viejito cumplía cien años, la familia reunida en rededor. En eso el anciano se ladea y parece que se cae de la silla. Todos gritan:
- ¡El abuelo, cuidado en el abuelo!
Y entre todos lo ponen en la posición correcta. Así varias veces, el hombre centenario que se ladea para un lado y otro y la familia que grita y lo colocan sentado erguido por enésima vez. Hasta que en la última asistencia el viejito exclamo:
- ¡Pero carajo, ni en el día de mi cumpleaños va a dejarme tirar un pedo en paz!
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