El general toca a la puerta de la prostituta de barrio, ella lo atiende.
- Digame, señorita, ¿aceptaría mi compañía por 200 pesos?
- Por supuesto.
El general se da vuelta y dice:
- Cabo, haga ingresar a mi compañía.
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En tiempo de guerra había un general muy estricto que quería que sus soldados fueran muy económicos en sus gastos. Un día hizo llamar a tres de sus discípulos para preguntarles qué les daban de comer a las gallinas. Llega el primero:
- Yo les doy choclo.
- ¿Cómo les va a dar choclo? eso es alimento para los soldados, eso es un desperdicio. Tiene tres meses de cárcel.
Va el segundo:
- Yo les doy el marlo, la parte de adentro del choclo, para que coman.
- ¿Usted no sabe que el marlo sirve para hacer fuego y calentar a los soldados? Eso es un desperdicio. Tiene tres meses de cárcel.
Y llega el último recluso, que había visto todo lo anterior.
- ¿Y usted qué les da de comer a las gallinas?
- Y yo le doy unos pesitos y que se compren lo que quieran.
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En tiempo de guerra había un general muy estricto que quería que sus soldados fueran muy económicos en sus gastos. Un día hizo llamar a tres de sus discípulos para preguntarles qué les daban de comer a las gallinas. Llega el primero:
- Yo les doy choclo.
- ¿Cómo les va a dar choclo? eso es alimento para los soldados, eso es un desperdicio. Tiene tres meses de cárcel.
Va el segundo:
- Yo les doy el marlo, la parte de adentro del choclo, para que coman.
- ¿Usted no sabe que el marlo sirve para hacer fuego y calentar a los soldados? Eso es un desperdicio. Tiene tres meses de cárcel.
Y llega el último recluso, que había visto todo lo anterior.
- ¿Y usted qué les da de comer a las gallinas?
- Y yo le doy unos pesitos y que se compren lo que quieran.
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En el regimiento había un mariquita que siempre que se cruzaba con el sargento le decía:
- Adiós, mi amor.
Así varias veces, hasta que una tarde el militar enojado lo encaró al muchacho suave.
- Óigame, soldado, ¿qué es esto que ve en mi traje?
- Cinco estrellas.
- ¿Entonces, cómo me tiene que llamar?
- Mi cielo.
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El sargento estaba de franco en el regimiento. Entonces aprovechó para llevar a su pequeño hijo para que conociera el lugar donde trabajaba su padre. Van caminando y se cruzan con el coronel. El chico le dice:
- ¡Adios, fresco!
El padre piensa para sus adentros que es una broma de chicos. Al rato vuelve a pasar el coronel y el chico le repite lo dicho. Ya estaban por irse cuando el coronel vuelve a aparecer en escena y el chico no se queda atrás:
- ¡Adios, fresco!
El padre se enoja y le recrimina lo dicho:
- ¿Por qué le decís fresco a este buen hombre que es el coronel del ejército?
- Lo que pasa, papá, es que cada vez que vos te vas a trabajar, mamá me dice que abra la ventana para que entre fresco, yo voy, la abro y siempre entra este señor.
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Un salteño recién llegado a Buenos Aires ingresó en la colimba. Lo pusieron a cuidar el orden en medio de la Avenida Corrientes. En eso llegó un extranjero y le consultó:
- ¿Me puede decir dónde está el Congreso?
- Vea, yo sé, pero ahora no me acuerdo, no me acuerdo.
- ¿Y dónde está el Obelisco?
- Me olvidé.
- ¿Y la Boca?
- Para el lado de Palermo. No, no, mire también me olvidé.
- Pero escúcheme, esto es una verguenza, usted es un servidor público y no sabe dónde están las cosas de su ciudad.
- Bueno bueno, gringo, tranquilo. Y mirá que no te llevo a la comisaría porque no sé ni dónde queda.
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